A Colombia fuimos con la idea de probar todo tipo de zumos; con la certeza (nos lo habían dicho muchas veces) de que nos encontraríamos gente maravillosa; con la sensación de que todo tipo de sonidos, música y colores nos iban a rodear por todas partes y con la seguridad de que el Eje Cafetero, nos iba a encantar. Aún así, los momentos para el recuerdo que te llevas de un lugar son, la mayoría de las veces, inesperados. Momentos que dan un paso al frente presentándose voluntarios para pasar a tu posteridad sin avisar. Momentos que pasado un tiempo, se convierten en un “¿recuerdas cuando…?”. Momentos que por lo que sea, y solo para ti, se convierten en momentazos. En Colombia, hemos tenido la suerte de coleccionar unos cuantos. Ni veinte, ni diez. 17 momentazos a la orden…

17- Subir al Cerro de Monserrate en Bogotá. No es ningún secreto que nos encanta eso de subir a los observatorios de los edificios más altos de las ciudades a las que vamos. El caso es que, con esta forma de viajar que tenemos de “no investigar mucho” para que los lugares nos sorprendan más, el impacto de ver la inmensidad de Bogotá desde allí, fue más que especial.

16- Recorrer en plan road trip parte del departamento de Boyacá perdiéndonos por algunos de sus pueblos donde la llegada del turismo masivo, aún no ha destrozado su esencia.

15- Perseguir los graffitis y los destellos de street art que se esconden en cada rincón de Bogotá en general y en las calles del barrio de La Candelaria en particular (mientras le vas perdiendo el miedo a la ciudad y aumenta el respeto que sientes por ella).

14- Coleccionar en la retina (y en la cámara) los zócalos de Guatapé, el pueblo más colorido de Colombia. Algunos a base de puros ornamentos decorativos y otros, que representan el tipo de negocio que te vas a encontrar.

13- Aunque las Termas de Santa Rosa del Cabal nos decepcionaron un poco por lo que se ha construido allí, valió la pena ir y quedarse a dormir por la zona solo por aquella puesta de sol. Aquella y no otra. Aquel atardecer tan inesperado como plácido. Apareció sin hacer ruido y se fue de la misma forma dejando un reguero de colores detrás difícil de describir.

12- Un lugar que te tiene que gustar ahora sí, ahora también… ahora sí, ahora también… es el columpio del mirador de Salento. Desde allí, se ve, se oye y hasta se huele uno de los pueblos del Eje Cafetero con más sabor. Ahora sí, ahora también… ahora sí, ahora también…

11- Además de las fachadas y calles de Cartagena de Indias, el Baluarte desde Santo Domingo hasta La Merced tiene un imán muy especial para las cámaras y para los que las sostienen desesperadamente por conseguir “la foto”. Sin querer, acabas yendo una y otra vez a distintas horas del día. Como si, además de la luz, algo más fuera a cambiar. Imposible parar de hacer click… click… click… Hasta conseguir la satisfacción del deber cumplido por “encerrar un taxi” que pasaba por allí.

10- Desde que empezó el #chinchetaTrip y después de pasar por Tokio, Shanghai, Nueva York y París, no se había dado la oportunidad de interactuar con animales. En Colombia nos hemos cruzado monos, caballos, todo tipo de aves y… mariposas. Volver a descubrirlas con los ojos de un bebé, ha sido toda una experiencia.

9- Ese momento en el que por un impulso, te da por bajarte del tranvía en un lugar cualquiera de Medellín para ir al baño y tomar un café y resulta que acabas en un lugar muy especial. Así fue cuando nos encontramos dentro del Salón Málaga. Una cafetería que sirve en vinilos “bien calentitos” música antigua de colección. Con un tinto en la mano y escuchando canciones venidas de otra dimensión piensas: “esto era para mí”.

8- Uno de los lugares que supuestamente hay que visitar en Medellín es El Parque de los Pies Descalzos. No sabes muy bien qué te vas a encontrar por allí y, para ser sinceros, de primeras no te dice nada. Paseando un poco más y sin perder la esperanza, acabas frente a unos chorros de agua, un montón de niños y toneladas de risas que son todo uno.

7- La Casa de la Cultura de Marsella es, probablemente, uno de los espacios culturales y educativos que más nos ha llamado la atención. Íbamos hipnotizados por su estructura y acabamos enamorados de su historia y la vida que hay dentro. Allí, todas las tardes se dan cita la música, el ajedrez y el ping-pong para relacionarse con el talento y la ilusión. Mientras sonaban un par de guitarras, algún saxo y un par de partidas “a muerte” de tenis de mesa, un abuelo le seguía el juego a su nieto.

6- Adentrarnos por nuestra cuenta en el que fuera uno de los barrios más peligrosos del mundo: la Comuna 13 de Medellín y perderle el miedo (mientras aumentaba el respeto) a cada paso que dábamos. Música, casas de colores, escaleras mecánicas y graffitis. Todo mezcladito muy suave. Paseando arriba y abajo hasta llegar a Casa Kolacho donde coincidimos con los C15 (un grupo de hip-hop que lucha por su barrio a través de las rimas y el flow) que nos pusieron un par de sus temas y que, desde entonces, no paramos de escuchar.

5- Pasear por el Valle de Cocora en el departamento del Quindío, fue uno de esos momentos que no haría falta ni guardar en fotos para recordarlo. Lo que pasa es que, claro… ¿cómo no vas a fotografiar un lugar tan especial como ese? Rodeados de Palmas de Cera de 60 metros de alto, caballos y montañas por todos lados. Sin comentarios.

4-Meter en la ruta el desierto de Tatacoa porque nos lo habían recomendado sobre la marcha, fue una de esas “buenas decisiones” que se improvisan en viaje. Durante tres días, fuimos y volvimos para poder ver sus colores y la ausencia de los mismos al amanecer, al atardecer y “entre medias”.

3- Subir a todas las líneas del Metro Cable de Medellín y descubrir la ciudad desde las alturas para llegar al Parque Arví o a alguno de sus miradores. Sin ir más lejos, en uno de ellos tuvo lugar la frase más memorable de nuestro personal “bestiario colombiano” pero que, de tan maravillosa que fue, merece estar aquí. Y es que, viendo la ciudad desde el mirador de la estación de La Aurora, una niña y su padre se acercaron a nosotros atraídos por Koke y empezamos una conversación que nos llevó a España:

  • Ustedes como estuvieron invadidos por los árabes tienen muchas palabras suyas ¿no?
  • Sí, es cierto. Por ejemplo alcohol, algarve, almohada…
  • Alka-Seltzer…
  • Mmmmhhhhbueno, esa no.

2- Visitar el pueblo de Guatapé y el Peñol (la versión colombiana del Sigiriya de Sri Lanka) con Marcela (una ex-compañera con la que Lucía trabajó hace 8 años), su marido Carlos y su hijo Miguel Ángel. Un reencuentro muy especial que llevaba retrasándose mucho tiempo. Además de lo especial del lugar (dicen que si no vas allí no has estado en Medellín), tuvimos una demostración/degustación de 12 intensas horas de lo cariñosos y atentos que son los colombianos.

1- Asumir que, además de comprobar que es posible viajar en familia a diferentes lugares del mundo quedándonos durante un mes en cada ciudad para conocerla con calma, a Koke también “le va la marcha mochilera”. Durante las cinco semanas que hemos pasado en Colombia, nos hemos acercado un poco a lo que hacíamos antes: hemos dormido en 11 camas diferentes, cogido 4 vuelos internos, un autobús de 7 horas y alquilado coche dos veces para hacer más de 1.000 kilómetros. Y él, tan contento. Una vez más se demuestra que los frenos nos los ponemos los adultos. Si nosotros estamos bien, ellos también.

Probablemente, si fuéramos de nuevo a Colombia, nuestros “momentazos a la orden” serían otros. Ni mejores, ni peores. Sencillamente, distintos. El tiempo que haga, la gente que te cruces, cómo esté de ánimo el taxista que te lleve un día cualquiera… Todas esas circunstancias harán que recuerdes con más cariño unas cosas que otras y lo que hace que cada viaje sea diferente y especial. Lo único que podemos hacer es, en lugar de darte una serie de lugares a los que ir, recomendarte que vayas a Colombia a encontrar tus momentos que recordar.

2 Comentarios

  1. Impresionante la diversidad de paisajes que tiene Colombia muy pintorescos muchas gracias por compartir tu experiencia un saludo.

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